lunes, 18 de julio de 2011

El realismo, la mayor utopía.


Pura contradicción. Esa sensación de querer pringarte hasta el fondo, cambiarlo todo; y esa otra tan contraria, tan distinta, que te anima a quedarte quieta, callada y hacer caso del famoso “tu: ver, oír y callar”. Espíritu revolucionario combinado con una pizca de sentido común que te dice, que en los tiempos que corren, lo mejor es quedarse a un lado, y observar. No opinar, no sulfurarse, no indignarse, no cambiar; NO LUCHAR. Así, si las cosas salen bien, eso que me llevo, y mira tú ¡Sin mover un dedo!, y si no salen bien, ¡pues también!, como no he dicho nada, no me pueden hacer nada.

Utopías, sueños, fantasías, ilusiones. Palabras tan fáciles de mencionar, tan difíciles de practicar. Tan contrarias al conformismo social. Tan necesarias, pero mucho más obviadas. Tan desprestigiadas por los fuertes y tan olvidadas por los débiles. Palabras que te configuran como persona, te definen, te identifican, te diferencian del resto del rebaño en el que se ha convertido el mundo en nuestros días.

Siempre preferí que me odiaran por lo que soy, a que me quisieran por lo que no soy. Pegar cuatro gritos, y que se escuche mi voz, a quedarme callada, mirar, y que nadie sepa que estás ahí.

Si cuando hablas, nadie se molesta por lo que dices, es porque no has dicho absolutamente nada.


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